La edición 46 del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano
estuvo marcada por las controversias y polémicas que suelen acompañar este
tipo de eventos. Sin embargo, entre tanto ruido, sobresalió con fuerza el
impacto de una cinta favorecida tanto por el público como la crítica:
Neurótica Anónima, película dirigida por Jorge Perugorría y con guion y
actuación de Mirtha Ibarra. Cuando comenzaron a rodar los créditos finales, un
cine Chaplin abarrotado rompió en aplausos, por cuarta vez durante la
proyección. No era un gesto automático ni de cortesía, la película había
logrado conectar con una sensibilidad colectiva. Neurótica Anónima funcionó
como un homenaje al cine, a Cuba y al cubano resiliente, atrapado entre la
necesidad de resistir y la urgencia de comprenderse en tiempos de catarsis. La
cinta recorre la vida de Iluminada, una mujer de la tercera edad interpretada
por Ibarra, casada con un hombre alcohólico (Roberto Perdomo) y habitante de
una realidad marcada por una pandemia de salud mental. En paralelo, el cine
Cuba, espacio sagrado para la protagonista, enfrenta la amenaza de la
demolición debido al deterioro acumulado por el tiempo. Es allí donde
Iluminada encontraba a través de las películas, una vía de escape a su
neurosis y a una cotidianidad asfixiante. Ahora su paz estaba en peligro. La
obra consigue sumergir al espectador en ese mismo estado de reflexión y
evasión que persigue su personaje central. Resulta imposible no advertir las
ironías que el filme deja caer jugando con el propio contexto del Festival.
Los apagones que obligaron a posponer varias proyecciones dialogan de manera
inquietante con la clínica de salud mental a la que asiste Iluminada, donde
como sugiere el personaje interpretado por Osvaldo Doimeadiós, la cantidad de
pacientes parece ser directamente proporcional a la cantidad de apagones. Uno
de los aspectos más notables del largometraje es el control de su semiótica,
medida con precisión, sin excesos ni subrayados innecesarios. En ese
equilibrio destaca el símbolo del cine Cuba, casi al borde del derrumbe. Más
allá de las interpretaciones individuales, ese espacio funciona como reflejo
de un proceso tangible: la pérdida progresiva de las salas cinematográficas y,
con ellas, de una experiencia cultural compartida. No es casual, en este
contexto, pensar en cuántos espectadores de la provincia de Guantánamo habrán
logrado acceder a las obras exhibidas durante el Festival. Aunque existe una
directriz para extender la muestra a otras provincias, esa intención rara vez
se concreta y, como tantas veces, todo vuelve a concentrarse en la capital. La
centralización del arte es un tema que la película aborda de manera sutil pero
elocuente. La Iluminada joven que debe trasladarse a La Habana para intentar
cumplir su sueño artístico y que luego para crecer debe enfrentarse a la
mirada obtusa de alguien con más poder de decisión que sensibilidad cultural,
nos recuerda experiencias que no resultan ajenas al presente. Algo similar
ocurre hoy con jóvenes realizadores y artistas, en especial los provenientes
de las provincias orientales, que deben desplazarse al mismo centro para
acceder a fondos y apoyos concentrados en pocas manos. Es cierto que las
capitales suelen reunir el poder cultural y financiero, pero en un país que
defiende la cultura como un derecho de todos, las gestiones para el acceso a
recursos deberían ser más democráticas y equitativas; tampoco el futuro de un
creador debería depender de no incomodar. Ver Neurótica Anónima es mirarnos a
nosotros mismos a lo largo del tiempo y enfrentar una realidad incómoda pero
innegable, aún no superamos el temor a la crítica y con frecuencia ocultamos
los criterios detrás de un discurso condescendiente. A la salida del Chaplin,
uno de los comentarios más recurrentes era la posibilidad de que la película
fuese censurada por sus señalamientos a la realidad cubana. Aunque quienes
siguen de cerca el cine nacional, saben que la crítica siempre ha estado
presente. La obra realiza observaciones certeras que no pueden ser ignoradas.
La idea más persistente que Neurótica Anónima me deja como espectador,
realizador y cubano, es clara, salvar nuestro cine es una responsabilidad
compartida. Es deber del público acompañar, sostener y defender aquello que
nos representa, antes de que, como le ocurrió a Iluminada, nuestro cine Cuba,
termine siendo apuntalado cuando ya sea demasiado tarde. Y finalizo
parafraseando un frase muy popular pero con mis propias modificaciones,
nuestro cine es amargo, pero es nuestro cine.Periódico de la provincia de Guantánamo | Nuestro cine es amargo, pero es nuestro
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