Regresa a los días de parranda. Se cantaba a deshora. Los acordes de la guitarra acompañaban los versos nacidos con sinceridad. La casa se hacía el mejor de los escenarios.
“Mi familia, que no es de intelectuales, sí tenía lectores y había personas que se quitaban a veces lo que tenían para comer para comprar la Bohemia, que era el medio de difusión cultural más importante quizás en esa época o algún libro. Cuando triunfó la Revolución y se comenzaron a publicar grandes cantidades de títulos, llegaron también a mi casa. Mi madre, quien tenía sexto grado, cada vez que íbamos a Yaguajay o Caibarién me compraba.
Mientras que mi papá era músico popular, tocador de marímbula, cantante y animador de velorios. Lo acompañaba muchísimo a todos los barrios de los alrededores de Cambao”.
¿De ahí la poesía como necesidad?
“Sí. Hasta mi abuela que nunca fue a la escuela se sabía muchos poemas de memoria, y mi bisabuela, nombrada como Mamá Vieja, fue una mujer extrañamente culta por su origen y podía decir de memoria los poemas del Cucalambé, de Plácido, de toda la gran tradición poética cubana”.
A pesar del tiempo, Ramón Luis Herrera no reconoce con total certeza cuál fue el impulso definitivo que lo llevó, un día de la década del 60 del pasado siglo, a hacer las maletas y viajar hasta el otro extremo de la geografía espirituana. Bastó concluir el sexto grado y se vio rodeado de una naturaleza exquisita y un ambiente cultural estimulante.
“Estudié la carrera de Maestro Primario en Topes de Collantes. Empezaba allí el Teatro Escambray, donde trabajaba toda una constelación de grandes actores. Había una excelente biblioteca. Ese momento fue otro estímulo muy poderoso en mi vida. Por eso, es tan importante acercar la cultura a los educadores porque somos multiplicadores”.
El entonces adolescente tocó las puertas de talleres literarios, donde disipó la duda que lo atormentaba: la Historia o los estudios de Literatura. Poco a poco, se convirtió en un defensor a ultranza del uso correcto del lenguaje.
“Es el medio principal de transmisión de la cultura y de la identidad, uno de los medios principales que te definen como nación como pueblo. Ahora mi actitud es de defensa, pero no de purismo porque yo crecí rodeado de personas que decían haiga y eso lo respeto mucho. Lo que me molesta es el caso de las personas que deben profesionalmente usar bien el lenguaje, su norma culta, y no lo hacen o no lo hacen del todo. Claro, eso sin renunciar nunca a la riqueza del habla popular cubana, que es inagotable.
¿Cómo valora el uso del lenguaje en contextos profesionales como los medios públicos cubanos?
“Mi valoración general es positiva porque Cuba forma bien a sus periodistas. Pero sí creo que hay que apartarse un poco de las modas que se generalizan. Por ejemplo, a mí como profesor de Español y Literatura me molesta un poco el tremendo abuso del gerundio que se hace hoy”.
Afortunadamente, su más reciente alegrón se presentó en la prensa despojado de esa tendencia. En tiempo presente y a todo color se conoció: “Gana Ramón Luis Herrera Premio Uneac de traducción literaria José Rodríguez Feo”.
“Es una traducción del francés al español de un escritor muy reconocido en Francia que se llama Jacques Roubaud, autor experimental de un grupo muy importante desde hace décadas que se llama Oulipo, donde se defiende como línea creativa los juegos y algoritmos para crear literatura.
“De él conocí el libro Animales del mundo entero —dicho en español—, que me pareció excelente porque renueva la temática quizás más abundante en la literatura para niños que son los poemas sobre animales, pero de forma muy intertextual, ligado a los grandes problemas ecológicos que olvidan mucho los poetas que escriben para ese grupo etario.
“Estuve enfrascado en esa propuesta alrededor de dos años. Aproveché la pandemia en gran medida para terminar ese trabajo. Escribí un prólogo y unas notas. Lo presenté al premio y el jurado muy prestigioso me otorgó el lauro, lo que me hace sentir muy contento, en gran medida porque la traducción es una garantía de la diversidad cultural. Si no se hiciera, nuestra visión de la literatura y de la cultura fuera extraordinariamente limitada.
“Este trabajo, que no recibe muchos estímulos, resulta muy valioso en el sentido social, no solo específicamente intelectual, ya que en un mundo cada vez más interconectado las traducciones literarias —porque no se puede hablar de traducción automática en el caso de la literatura— son fundamentales”.
En el currículo del también doctor en Ciencias Filológicas el soneto aparece como traje hecho a la medida y el público infanto-juvenil como el más capaz para recibir la sensibilidad y sencillez que resguarda el profesor, poeta, crítico, narrador, investigador, editor y traductor. Entre tantos libros: Corazón asustado, Almendro rojo con caballo blanco, Julio M. Llanes o la imaginación desde las raíces… descuella Diccionario de autores de la literatura infantil cubana, a cuatro manos con la profesora cabaiguanense Mirta Estupiñán, por su trascendencia para el presente y futuro de la memoria histórica de la nación.
“Ambos trabajamos en ese quehacer desde principios de los años 90 del siglo pasado y se le dio el acabado —aunque una obra de ese tipo nunca concluye— en 2012, y se editó tres años después. Cuando uno se va a dedicar a una línea investigativa debe escoger aquella que le permita de verdad profundizar de manera especializada en ese ámbito. Estudios de literatura cubana hay muchos. Pero dentro de ella me di cuenta de que donde me podía especializar era en los estudios de literatura infantil y a partir de ahí empezamos Mirta y yo a recopilar información en un trabajo que fue a veces hasta policial para determinar una fecha, un dato, etcétera.
“Creo que logramos una obra digna que hay que actualizar porque la creatividad literaria de Cuba es inmensa y ya han surgido un montón de escritores más que no pudimos incluir. Es un texto que va a estar abierto a medida que crezca el movimiento literario. Las ediciones digitales nos dan esa posibilidad”.
A pesar de los contratiempos lógicos de la vida, quienes conocemos a Ramón Luis sabemos que no renuncia a la escritura, ¿qué proyecto literario lo desvela?
“Siempre he estado muy ocupado con mi trabajo de profesor, que es extraordinariamente absorbente, pero aun así busco el tiempo para escribir. En el tiempo de pandemia terminé como cinco libros que arrastraba desde hacía tiempo y después he escrito dos o tres más. Ahora más bien el proyecto es seguir perfeccionándolos porque soy obsesivo con mis textos. Hay, por ejemplo, una gran antología de poesía infantil cubana, y digo gran porque recoge desde mediados del siglo XIX hasta el presente. Además, tengo libros propios de poesía para niños y para adultos. Acabé de terminar otro de sonetos, que es mi forma poética por excelencia más recurrente, y me he atrevido a escribir narrativa, pero de eso prefiero no hablar porque estoy muy dudoso de su calidad…”, concluye mientras deja escapar la risa que simboliza la sencillez del hijo de Cambao.