PRESIDENTA DE MÉXICO, CLAUDIA SHEINBAUM PARDO: Muy buenas tardes a todas, a todos, niñas, niños, jóvenes.
Muchas gracias por su asistencia a todos los invitados, a los participantes en este homenaje al último tlatoani mexica.
México es una nación maravillosa. Nuestra grandeza se remonta a las grandes civilizaciones que habitaron y siguen habitando estas tierras desde hace cientos de años y que dieron a la humanidad valiosos conocimientos sobre el cosmos, los ciclos del tiempo; nos dieron y nos dejan lenguas vivas que hoy son orgullo de México, y construyeron obras arquitectónicas extraordinarias, como la antigua Tenochtitlan.
Bernal Díaz del Castillo, que venía con los invasores españoles, describe de la siguiente manera la primera vez que entraron a Tenochtitlán:
“Y otro día por la mañana llegamos a la calzada ancha y vamos camino de Iztapalapa. Y desde que vimos tantas ciudades y villas pobladas en el agua, y en tierra firme otras grandes poblaciones, y aquella calzada tan derecha y por nivel como iba México, nos quedamos admirados y decíamos que aquello parecía a las cosas de encantamiento que cuentan en el libro de Amadís, por las grandes torres y cues y edificios que tenían dentro en el agua y todos de calicanto. Y aún algunos de nuestros soldados decían que si aquello que veían si era entre sueños. Y no es de maravillar que yo escriba aquí de esta forma, porque hay mucho que ponderar en ello que, no sé cómo lo cuente, ver cosas nunca oídas ni aun soñadas, como las que estábamos viendo”.
Los mexicas nos dejaron testimonios de su sabiduría y grandeza en esculturas diversas: la Coatlicue; el llamado Calendario Azteca, también conocido como la Piedra del Sol; construcciones como lo que aún podemos observar del Templo Mayor; en su escritura que después fue contenida en códices y textiles; en las historias de resistencia que, pese a los intentos por destruirlas, han pasado de generación en generación y han llegado hasta nuestros días para nutrir nuestro espíritu.
Cuauhtémoc fue el último Huey Tlatoani mexica. Se cree que nació en 1496, el año Técpatl, Cuchillo de Pedernal, en la cuenta de los antiguos mexicanos.
Desde los 3 años hasta los 15 fue educado en el Calmécac. Ahí, además de los principios de obediencia y sobriedad, el niño Cuauhtémoc aprendió de astronomía, de religión; conocía el uso del calendario lunar y del calendario solar; también realizaba prácticas como el ayuno y bañarse en las aguas heladas del estanque sagrado para templar su carácter guerrero.
Cuauhtémoc se integró a las batallas contra la invasión española durante el gobierno de Moctezuma. Por su prestés en el combate, alcanzó el grado de jefe de los ejércitos aztecas en náhuatl: tlacatecutli y se convirtió en el Señor de Tlatelolco.
Con apenas 25 años, Cuauhtémoc ocupó el trono de la Gran Tenochtitlán, es por eso que el poeta Ramón López Velarde lo llama “Joven abuelo”, en ese bello poema La suave patria. Su juventud, sin embargo, no le impidió gobernar con la valentía y el honor que los tiempos requerían.
Cuauhtémoc se convirtió en Huey Tlatoani, después del corto periodo de Cuitláhuac, en febrero de 1521, en plena invasión de las tropas españolas que, además de armas de fuego, habían traído consigo la viruela, que desencadenó muchas muertes entre el pueblo mexica.
Entre sus primeras tareas estaban las de cuidar la recuperación de su pueblo por la enfermedad, reconstruir la ciudad, después de la destrucción y, sobre todo, seguir preparando la defensa de Tenochtitlan, porque se avecinaba una nueva avanzada de las tropas invasoras.
Cuauhtémoc estaba en una situación muy adversa, su ejército estaba diezmado a causa de la viruela y de las batallas pasadas, tampoco contaba con el mismo tipo de armas que los invasores; sin embargo, en lo que se conoce como “El sitio de la Gran Tenochtitlan”, Cuauhtémoc y el pueblo mexica defendieron con honor y fiereza su gran nación: con ingenio y habilidad, por la noche lograban recuperar los puentes que los españoles tomaban de día; también recurrieron a ataques desde las azoteas de las casas de la ciudad y en el asalto al Templo Mayor lograron tomar más de 50 prisioneros.
Viendo lo difícil que era vencer a los mexicas, Cortés decidió cortar la entrada de alimentos, el conquistador esperaba que el hambre los hiciera rendirse. Entonces, Cuauhtémoc reunió a su Consejo de Señores, les consultó los pasos a seguir, y los ancianos respondieron que era necesario continuar con la defensa de la ciudad y de su pueblo.
Se cuenta, entonces, que Cuauhtémoc decidió llevar a cabo una última estrategia, una acción que amalgamaba la visión espiritual y guerrera del pueblo mexica: el Huey Tlatoani ordenó que un guerrero se vistiera con la armadura sagrada del tecolote con plumas de Quetzal que había sido usada por su padre, Ahuízotl.
Lamentablemente, todas las estrategias fallaron, la Gran Tenochtitlan cayó el 13 de agosto de 1521 y Cuauhtémoc fue capturado y obligado a llamar a la rendición de su pueblo.
Pero aun en esas circunstancias tan desalentadoras, el último tlatoani mexica nos legó grandes enseñanzas.
Según recuperan cronistas como Fernando de Alba, cuando Cuauhtémoc fue llevado ante Hernán Cortés, el tlatoani le dijo: “Señor malinche, ya que he hecho lo que soy obligado en defensa de mi ciudad y vasallos, y no puedo más, y vengo por fuerza y preso ante tu persona y poder, toma este puñal que tienes en la cinta y mátame luego con él”.
Cortés decidió no hacerlo y lo mantuvo como prisionero por varios años en distintos lugares, uno de los cuales fue el actual Coyoacán. De ahí, viene otra de las anécdotas con las que las mexicanas y mexicanos identificamos al gran Cuauhtémoc:
Aunque ya había tomado Tenochtitlan, los españoles seguían destruyendo la ciudad en busca de oro. Como no les parecía suficiente cantidad, el tesorero español ordenó torturar a Cuauhtémoc para saber en dónde estaba el resto del oro mexica.
Los españoles pusieron aceite hirviendo en las plantas de los pies y en las palmas de las manos del último emperador mexica y del señor de Tacuba que lo acompañaba en su cautiverio. Este último, presa del dolor, le pidió a Cuauhtémoc que confesara a lo que el tlatoani respondió: “¿Estoy acaso en un baño o un deleite?”
En su torpe codicia, aquellos invasores nunca supieron que el único tesoro del imperio mexica, el oro verdadero era el espíritu valiente, soberano y resistente de las mujeres y hombres que defendieron con heroísmo hasta el último momento a su nación, a su patria.
Cuando Cuauhtémoc no tuvo más remedio que pedir la rendición de su pueblo, encontró las palabras precisas para brindarles consuelo y esperanza en el futuro:
“Nuestro sol se ocultó. Nuestro sol desapareció su rostro y completa oscuridad nos ha dejado, pero sabemos que otra vez volverá, que otra vez saldrá y nuevamente nos alumbrará”.
Hoy, Cuauhtémoc nos brinda el sol que nos alumbra.
Cortés mantuvo prisionero a Cuauhtémoc y lo llevó consigo en su expedición hacia Hibueras, que actualmente Honduras. Era tanto su temor porque el Huey Tlatoani pudiera inspirar a su pueblo e iniciar una revuelta, que ordenó su ejecución.
Cuauhtémoc, cuyo nombre en español significa “águila que desciende”, fue colgado de una ceiba, el árbol sagrado para los mayas, un 28 de febrero de 1525, en el hoy Tenosique, Tabasco.
La llamada “Conquista española” representó el inicio de la Colonia, la imposición de una visión, pero también la resistencia de los pueblos.
Con la Colonia se estableció una jerarquía social con base en el origen étnico de las personas y surgió el abominable racismo, que todavía permanece en algunos y que nosotros queremos erradicar por completo. La única forma de hacerlo es recuperar la memoria histórica y reivindicar los pueblos originarios como la mejor herencia cultural de México; y además, perdonar por las atrocidades cometidas contra los mexicas y otros pueblos, y por el cruel asesinato de Cuauhtémoc; todavía es tiempo, engrandece a quien lo ofrece y a quien lo otorga.
El Humanismo Mexicano tiene su origen en los pueblos originarios. Las raíces del pensamiento de la Cuarta Transformación vienen de historias de heroísmo y amor a la patria, como esta, que nos inspira a continuar por el camino de la rectitud, la honestidad, el patriotismo y la defensa de la soberanía.
Las mexicanas y los mexicanos nos reconocemos en Cuauhtémoc porque, incluso, en las situaciones más adversas, en los momentos más difíciles, no nos rendimos y encontramos la fuerza para seguir manteniendo nuestros principios de libertad, de justicia, de soberanía y de independencia.
Parafraseando al poeta zacatecano hoy decimos:
Joven abuelo, escúchanos loarte, escúchanos rendirte de honores de Estado que tu altura moral y patriótica merece. Hoy, a 500 años de tu ejecución, renovamos nuestra admiración y respeto por tu vida dedicada a la defensa digna de tu pueblo.
Para las mexicanas y los mexicanos, Cuauhtémoc representa a nuestras ancestras y ancestros que nos legaron con amor y valentía la defensa y resistencia cultural de nuestra nación frente a quien pretenda violar su soberanía; representa la dignidad de un pueblo libre y resistente.
El día de hoy, pese a los múltiples intentos de aniquilamiento que hubo en toda la historia de México, su cultura y sus tradiciones engrandecen al México de hoy y del mañana.
Por eso que lo sepa el mundo, repetimos este poema anónimo mexica: “En tanto permanezca el mundo, no acabará la fama y la gloria de México-Tenochtitlan”.
¡Que viva Cuauhtémoc!
ASISTENTES: ¡Viva!
PRESIDENTA DE MÉXICO, CLAUDIA SHEINBAUM PARDO: ¡Vivan los pueblos originarios!
ASISTENTES: ¡Viva!
PRESIDENTA DE MÉXICO, CLAUDIA SHEINBAUM PARDO: ¡Viva México!
ASISTENTES: ¡Viva!
PRESIDENTA DE MÉXICO, CLAUDIA SHEINBAUM PARDO: ¡Viva México!
ASISTENTES: ¡Viva!
PRESIDENTA DE MÉXICO, CLAUDIA SHEINBAUM PARDO: ¡Viva México!
ASISTENTES: ¡Viva!
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