CAMAGÜEY.- Leer en voz alta con mi hija es una de esas pequeñas maravillas que, cuando ocurren, dejan una estela de felicidad. No siempre tenemos el tiempo, pero cuando lo logramos, nos turnamos páginas, a veces capítulos enteros, y dejamos que la historia nos envuelva. Esta vez, el libro que nos ha acompañado es una joya especial: Un emperador en el Caribe, de la escritora camagüeyana Evelin Queipo.
Este libro llegó a nuestras manos de una manera casi mágica. Evelin, invitada por Jesús Zamora a su peña literaria del viernes, llevó consigo un ejemplar, el único que pudo obsequiar esa tarde. Mi hija fue la destinataria. Con una dedicatoria afectuosa, la autora le envió un libro que no solo era un relato de aventuras, sino también un símbolo de amistad y gratitud. La historia de Un emperador en el Caribe es, en sí misma, una hazaña. La novela infantil fue semifinalista en el Premio Altazor 2024 y, aunque no resultó ganadora, tuvo la fortuna de ser publicada junto a otros tres semifinalistas. Evelin contó que la edición se hizo en apenas 15 días, un logro casi utópico en el panorama editorial cubano. Con ilustraciones vibrantes de Tania Salcedo, luce páginas blancas y limpias, con un puntaje de letra que facilita la lectura. Su sola existencia es un pequeño milagro.
Pero lo mejor vino después, cuando empezamos a leerlo. Mi hija, con su humor agudo y su entusiasmo, no tardó en encontrarle el ritmo a la historia. Uno de los personajes, un gavión atlántico, la hizo reír con sus ocurrencias. Es un ave que repite frases como un loro y cuyos ojos giratorios lo convierten en una figura estrambótica y entrañable. En una de las escenas, incluso protagoniza una pesadilla surrealista en la que sus ojos se transforman en canecas que ruedan por un bote.
Además de su valor narrativo, Un emperador en el Caribe se convierte en una herramienta de conocimiento sobre la fauna marina. A través de sus páginas, descubrimos que existen alrededor de 19 tipos de pingüinos, y el libro nos presenta algunas de las criaturas más fascinantes del océano: el alcatraz, la orca, el tiburón. Incluso el excéntrico gavión aporta su cuota de aprendizaje cuando, en un momento clave, grazna la palabra “¡Cardumen!”. De inmediato, mi hija me preguntó qué significaba, y la respuesta no solo estaba en el texto, sino también en la ilustración que aclaraba visualmente el concepto. Esa fusión entre relato e imagen potencia el aprendizaje de manera natural y amena, haciendo de la lectura un espacio de descubrimiento.
La inclusión es un pilar fundamental aquí, refleja una de las preocupaciones centrales de Evelin Queipo como autora. En la historia, encontramos varios personajes en situación de discapacidad, especialmente dentro del espectro autista. El cartero, Elmer, presenta un autismo leve, mientras que su cuñado y un niño que asiste a la fiesta de cumpleaños de Tomás parecen tener formas más profundas de la condición, siendo este último un niño hermético, aislado del resto. Evelin sostiene la tesis de que la amistad es una terapia, y esto se refleja en la evolución de los personajes. La relación entre Tomás y Elmer es clave en este sentido: el joven cartero encuentra en la compañía del niño un espacio de conexión, mientras que Tomás, cuya hiperactividad desborda los límites de una simple travesura, aprende a canalizar su energía de manera más constructiva. La amistad, presentada aquí como un puente hacia la comprensión y la empatía, se convierte en el motor de cambios positivos para cada uno de ellos.
El papel de los padres también es un punto de reflexión dentro de la historia. La madre de Tomás, la señora Constancia, es un personaje con una postura firme: detesta a los animales, lo que obliga al niño a ocultar la presencia del pingüino en su vida. Su actitud, más allá de la aversión a las mascotas, evidencia una estructura familiar donde la comunicación y la comprensión parecen limitadas. Por otro lado, el padre de Tomás está ausente en la cotidianidad de su hijo, un hecho que la madre resalta con una frase categórica: “¡Extraño es que un padre no se divierta con su hijo!”. Esta sentencia no solo subraya la falta de involucramiento paternal, sino que también invita a reflexionar sobre la importancia del tiempo compartido en la crianza. En este contexto, la relación de Tomás con Elmer se vuelve aún más significativa, pues el joven cartero asume, de manera involuntaria pero genuina, un rol de acompañamiento y amistad que el niño anhela.
Uno de los aciertos de Un emperador en el Caribe es su lenguaje accesible y cuidadosamente trabajado. Evelin Queipo opta por un registro que, sin perder naturalidad, prescinde de cubanismos marcados, y apuesta por una variante del español que pueda ser comprendida en cualquier contexto hispanohablante. La autora reconoce que postular a un concurso internacional implica una decisión consciente en este sentido, para asegurar que su historia pueda ser disfrutada por un público amplio. Aunque no tengo el dato exacto sobre si las bases del Premio Altazor garantizaban la publicación de los semifinalistas, el hecho de que su libro haya sido seleccionado sugiere tanto la calidad de su narración como la importancia que el certamen confiere a la literatura infantil. Evelin logra equilibrar sencillez y riqueza expresiva, al ofrecer una prosa fluida y envolvente que atrapa al lector sin artificios innecesarios.
El acceso a este tipo de publicaciones en Cuba es un tema que no puede pasarse por alto. En eventos literarios donde han participado autores cubanos que han logrado visibilidad a través de concursos internacionales, me he encontrado con una pregunta recurrente: ¿y qué queda para el lector cubano que no puede comprar en Amazon? Escuchándolos hablar de sus logros editoriales, noté que ninguno mencionaba haber donado un ejemplar a una biblioteca pública. No lo pregunté entonces, pero esta vez sí lo hice con Evelin. Su respuesta fue clara: su libro no está en la biblioteca. Antes solía donarlos, pero ya no. Hay una percepción cada vez más fuerte entre los autores de que su obra está más segura si la conservan ellos mismos. Esta realidad, lejos de ser un simple dato, refleja una problemática mayor: la dificultad de acceso a la literatura contemporánea dentro de la isla y la falta de mecanismos que garanticen que estos libros lleguen a los lectores que más los necesitan.
Leer juntas es más que pasar páginas; es construir recuerdos, compartir emociones y reforzar la amistad que también habita en las historias. Un emperador en el Caribe nos dejó una historia inolvidable y, sobre todo, nos regaló la certeza de que los libros son una forma maravillosa de encontrarnos.
El momento cumbre fue el final. No quiero hacer spoilers, pero la última escena nos tuvo en vilo: Tomás, el niño hiperactivo, y el joven cartero con leve autismo, velan un huevo a punto de romperse. Creen que dentro hay un pingüino, pero aún no lo saben con certeza. En ese instante, mi hija, anticipando el desenlace con una carcajada espontánea, exclamó: “¡No me digas que es un gavión!” No podía haber encontrado una forma más perfecta de cerrar el libro: con humor, sorpresa y esa complicidad que solo la lectura compartida puede brindar.
No comments:
Post a Comment